La llegada del otoño y el invierno, meses de lluvia, frío y oscuridad, ha estado en muchas culturas a lo largo de los tiempos asociada a la tristeza y la melancolía. A mayores, y aunque hay mucho de universal en dichas connotaciones, para algunas personas estos sentimientos negativos se vuelven especialmente profundos y ubicuos, impregnando el día a día de apatía y anhedonia.

La psiquiatría ha bautizado este fenómeno como trastorno afectivo estacional, aunque se suele conocer como depresión estacional. “Es una forma de presentación de los trastornos depresivos que se caracteriza por la presencia de episodios depresivos mayores que se repiten en una época determinada del año, habitualmente otoño e invierno”, explica a 20Minutos Rubén Sanz Blasco, profesor de psicología de la Universidad Complutense de Madrid y director del Centro Cuarzo de Psicología Científica: “Excluyendo cuando suceda siempre en la misma época algún acontecimiento que desencadene dicho estado (por ejemplo, quedarse en paro en la misma época repetidamente)”, añade.

Hay que señalar que este trastorno es distinto a la relativa tristeza y al estrés que puede traer el fin de las vacaciones y la vuelta al trabajo que coincide para buena parte de la población con el final del verano, lo que se conoce popularmente como síndrome post-vacacional. Este último, aclara Sanz, “no es un trastorno reconocido por la comunidad científica y simplemente hace alusión a los cambios emocionales más o menos intensos que se producen tras la vuelta a la rutina después del periodo vacacional”.

La influencia de la luz solar

Los mecanismos exactos por los que actúa el trastorno afectivo estacional no están del todo claros, aunque los científicos apuntan a la influencia de la luz solar, entre otros factores. “Aunque aún desconocemos algunos aspectos, sí que conocemos algunas variables que pueden mediar en su manifestación”, explica Sanz, que matiza que “intervienen en él factores ambientales, socioculturales, de personalidad, genéticos, etc.”.