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Todos hemos ido generando una cierta imagen mental de los trastornos depresivos: la persona apática, abúlica, triste, incapaz de salir de su casa. Es comprensible, pues estos rasgos responden a algunos síntomas característicos y preocupantes de la condición (y porque necesitamos crearnos ciertos mapas mentales para conceptualizar el mundo que nos rodea), pero puede llevar a error. La depresión tiene muchas caras diferentes.

El 13 de enero ha traído la segunda propuesta de los renovados Encuentros Complutense: “El fenómeno influencer a examen: más allá de las redes sociales”. Cinco invitados en la Facultad de Ciencias de la Información: dos influencers, Daniela Requena y José Sánchez; una profesional de esta nueva industria, Blanca Formariz Schroeder, directora de operaciones de 2btube, agencia de representación de youtubers, y dos profesores universitarios: Alba Torrego, de la Facultad de Educación, experta en redes sociales y adolescentes, y Rubén Sanz, de Psicología, experto en emociones y ansiedad. Junto a ellos, ejerciendo de moderadora, Ana Fernández Pardo, periodista y autora de dos libros sobre influencers y marketing.

Entrevista con Rubén Sanz

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  • “Tú alucinas.” ¿Qué queremos expresar a alguien cuando le decimos esa frase? Probablemente, que se le está “yendo la olla”. Que, seguramente, ha hecho o dicho algo que nos parece fuera de lo normal: rocambolesco, exagerado.
A menudo, pensamos en las alucinaciones como síntoma arquetípico de la locura. La idea de experimentarlas suele generar rechazo; rechazo enraizado en el miedo: ¿qué se hace cuando uno presencia o percibe algo que no está ahí? Asociamos la idea de “alucinación” con pérdida de control de nuestros actos, a hacer cosas involuntarias y, posiblemente, dañinas o peligrosas.

Por lo tanto, es fundamental entender que, antes que un síntoma, las alucinaciones son una EXPERIENCIA PERCEPTIVA. Resulta que la especialización del sistema nervioso en la percepción y procesamiento de la información obtenida es muy rica, puesto que de ella depende la interacción con el entorno. Poder percibir implica, necesariamente, que nuestros sentidos puedan ser “engañados”, o que parte de la elaboración de la información pueda verse alterada.

La consecuente es que todos somos susceptibles de vivir fenómenos alucinatorios. ¿Uno de los más frecuentes? Las alucinaciones asociadas a episodios de fiebre alta. Otro ejemplo bastante común son las alucinaciones durante el momento de duermevela (llamadas hipnagógicas o hipnopómpicas). Las alucinaciones también pueden provocarse: por supuesto, mediante el consumo de sustancias, pero también alterando parámetros sensoriales. Por ejemplo, en una circunstancia de silencio absoluto (algo que no existe de forma natural), cualquier persona tendrá alucinaciones auditivas. Esto se debe a que el sistema nervioso se ve obligado a sustituir con información interna la falta de estimulación sensorial (en este caso, auditiva). Algo similar les ocurre a muchas personas ciegas, que pueden tener alucinaciones visuales.
Así que no: las alucinaciones, por sí mismas, no son patológicas, y mucho menos “símbolo” de imágenes estigmatizantes de enfermedad mental. Acuérdate la próxima vez que “sientas” que te ha vibrado el móvil en el pantalón (cuando no lo llevas encima): eso también es una alucinación.

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  • “Debí haberme defendido mejor.” “Tenía que haberle dicho cuatro cosas.” “Debí haberle plantado cara.”

A menudo, nos planteamos la defensa de nuestros derechos asertivos como una intervención proactiva. Confundimos a veces “solucionar” con “involucrarnos”. Incluso llegamos a creer que todo ha de ser aclarado, dialogado, confrontado… y que, de no hacerlo de esta forma, nos hemos comportado de manera pusilánime. Nos acusamos de habernos dejado arrollar o pisar, de no haber hecho saber al otro cómo nos afecta su comportamiento; de no haber abordado una situación desde una posición más directiva, más dominante.

La realidad, sin embargo, es que no siempre podemos generar el cambio que esperamos, o influir en otros como desearíamos. No todo puede ser solventado en el mismo tiempo o forma. No puede ser solucionado… porque quizás ni siquiera nos corresponde a nosotros hacerlo. O no hay nada que solucionar. O la solución sale mucho más cara que adoptar otras estrategias.

La conducta de protegernos tiene, a veces, mala prensa. La interpretamos como una señal de debilidad, o de incapacidad. No obstante, es un símbolo de inteligencia: sin instinto de protección, nos dejaríamos atropellar por cualquier coche al cruzar la calle. Protegerse es tener en cuenta, juiciosamente, que el miedo y el malestar sirven al propósito de avisarnos ante un posible daño. Es saber aceptar, con paz, que no todo está en nuestra mano. Y, sobre todo, es aprender a ponernos en el lugar que nos corresponde: reconociendo nuestras necesidades y limitaciones, qué aspectos de nuestra vida priorizamos y en qué queremos enfocar nuestra energía y nuestro tiempo. Incluso admitir si de verdad queremos enfrentarnos en un momento determinado a esa situación o esa persona.

Protegerse es dar valor a nuestra integridad y bienestar. Y eso es asertivo, ¿no?

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  • El psicólogo no todo lo puede. Y eso no quiere decir que, con el adecuado tratamiento, no se puedan conseguir logros muy significativos.

Es habitual tener pacientes que no saben, a veces, qué esperar del terapeuta; para muchos, es la primera vez que van un psicólogo. Por tanto, resultará fundamental que el terapeuta explique lo que va a ir ocurriendo en el proceso terapéutico y con qué finalidad, especialmente en las sesiones iniciales. También será importante aclarar cómo trabaja el psicólogo: el marco terapéutico que emplea y el estilo de interacción que sigue; si es más colaborativo o más directivo, si se va a proveer de psicoeducación, materiales o tareas, etc.

El psicólogo está formado tanto para dar una explicación, basada en la evidencia, sobre el problema que se presenta, como para prestar atención a detalles que son indicativos de hábitos y patrones de comportamiento. Aun con todo, como cualquier profesional que trabaja con personas, el psicólogo no es infalible: la terapia es un trabajo de dos en consulta, y del paciente fuera de ella. El terapeuta puede pasar por alto algún detalle sutil o poco concreto, o malinterpretar algún dato o expresión. También puede ofrecer propuestas que la persona quizás no encuentra interesantes, o enfocar el problema desde una perspectiva distinta a la del paciente.

En la terapia se intenta siempre hacer equipo con el paciente, aunque a veces sea el psicólogo quien lidere. Para que funcione, ambas partes deben repartir los esfuerzos, y la comunicación es fundamental: sincera y fluida. El terapeuta ayudará al paciente si al principio le resulta difícil, pero no puede leer sus pensamientos, ni conocer lo que no se cuenta. Y en algunas ocasiones puede ocurrir que, sencillamente, no hay química con el psicólogo. Como en la vida misma.

Por eso, si crees que hay algo que no está yendo bien en la terapia, coméntaselo a tu psicólogo. Puede suponer un punto de inflexión en el camino a tus metas.

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  • Con mucho cariño, de parte del equipo de Cuarzo, Psicología os deseamos unas felices fiestas. Y si no son fiestas ni felices, tampoco pasa nada. Os mandamos un cálido abrazo que esperamos os SIRVA COMO LUZ 💡 🧡.

… Algo que sirva como luz 💫. @supersubmarina_oficial
  • Esta mañana, ¿qué te has puesto primero, la camiseta o el pantalón? ¿Y en cuántos semáforos te has parado de camino al trabajo? ¿Quiénes iban sentados enfrente de ti en el metro? ¿Qué fue exactamente lo primero que hiciste al llegar ayer a casa?

Puede que te acuerdes de alguno de esos detalles con acierto, pero de otros no estarás seguro. Por supuesto, no se trata de un problema de memoria; en realidad, tiene que ver en buena medida con otra función: la atención.
Podríamos definir la atención como la capacidad que tenemos los animales de orientarnos a estímulos, tanto externos como internos, y seleccionar los que resultan relevantes.  La atención es una función compleja, y también fundamental para nuestra supervivencia; si no tuviésemos ese filtro, todo nos resultaría igual de importante, lo que impediría que pudiésemos obtener información crucial e iniciar distintas conductas. Por eso, se suele asimilar la atención con un foco, en cuyo espectro caen aquellas señales que han captado nuestro interés.
La importancia de estos estímulos no es azarosa: influyen las características de estos, la coherencia respecto al contexto, los aprendizajes asociados a ellos (lo que llamamos “heurísticos”) o lo habituados que estemos a los mismos, así como otras funciones neuropsicológicas, como la emoción, motivación y la propia memoria.
De dicha relevancia depende, entre otras cosas, que “nos demos cuenta”, o no, de esos estímulos, y de que estos sean procesados y, potencialmente, recordados. 

Finalmente, no deja de resultar también interesante que la atención es un proceso sobre el que podemos ejercer cierta voluntad: podemos decidir focalizarla en cuestiones concretas, e intentar mantenerla. No obstante, de nuevo, en este manejo voluntario se ven implicados distintos factores, que facilitarán o dificultarán dicha focalización.

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  • La psicología de Emergencias y Catástrofes es un área que empieza a desarrollarse en España en los años noventa, a partir del interés en las reacciones de la población ante eventos excepcionales y críticos, si bien no es hasta el inicio de los 2000 cuando comienza a plantearse como una especialidad con modelos y técnicas de actuación propios, diferentes de la intervención psicológica en el contexto de terapia. De hecho, el primer Máster Oficial en Psicología de Emergencias fue aprobado en julio de 2023.

Una de las aportaciones fundamentales de la psicología de emergencias es que, aunque parezca obvio, una catástrofe o experiencia de muy alto impacto emocional no es el contexto pertinente para iniciar un abordaje clínico clásico. 
Por el contrario, es fundamental respetar la línea temporal de los acontecimientos tras el evento, así como conocer muy bien cómo funciona el estrés cuando ocurren adversidades excepcionales. Al revés de lo que se pueda pensar, la respuesta de estrés agudo es, a priori, la reacción normal y adaptativa frente a situaciones de tal magnitud.

La Psicología de Emergencias cumple con dos finalidades: preventivas y paliativas. En lugar de asumir un enfoque psicopatológico, las funciones están dirigidas a coordinar, proteger y acompañar a las víctimas, durante y después de la catástrofe, fomentando que desplieguen estrategias de afrontamiento adaptativas en cada momento.

Por último, además de a los afectados en primera línea, el psicólogo de emergencias también cuida de los profesionales implicados, allegados de las víctimas o testigos de la situación, por ejemplo. Por tanto, la psicología de emergencias se trata de una labor que requiere tanto de formación específica, como de estrategias de autocuidado del propio psicólogo, quien también se expone a las particularidades de una catástrofe.

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  • Desde el equipo de Cuarzo, Psicología queremos expresar nuestro más sincero apoyo y cariño a todas las personas y familias afectadas por la DANA.

En estos momentos de tristeza, dolor e incertidumbre queremos enviar un afectuoso mensaje de cercanía y solidaridad a todos los afectados y personas que están ayudando sin descanso en esta difícil situación. 

Un fuerte y emocionado abrazo.