Resulta interesante preguntarse por qué ciertos casos recientes de infidelidad en parejas famosas han causado tanto revuelo mediático. Quizás, como se ha sugerido, detrás de ese morbo por los dramas de la jet-set está el recordatorio de que esas situaciones tan familiares para el común de los mortales también se dan en los olimpos del espectáculo. Por mucho que las pantallas los maquillen con velos de purpurina, los ídolos también tienen sombras.
Aún así, la mediatización de la infidelidad no debe hacernos olvidar que se trata de un fenómeno complejo en el que intervienen muchas dimensiones diferentes de la personalidad humana. Las dicotomías maniqueas funcionan muy bien en el prime time, pero no son un reflejo fiel de un fenómeno psicológicamente poliédrico.
“No se deben sacar conclusiones rotundas”
“Para comprender la infidelidad”, explica a 20minutos María Such de Lorenzo-Cáceres, psicóloga del Centro Cuarzo – Psicología Científica, “debemos recurrir a diferentes variables que van desde el estilo de apego a los rasgos de personalidad, pasando por la comunicación, el ajuste de expectativas de cada miembro respecto a la relación, la vivencia del sexo…”.
“En lo que parecen estar de acuerdo los profesionales es en que, más allá de las características individuales, la infidelidad se trata (normalmente) de un problema de la relación, del intercambio afectivo y sexual entre sus miembros, de la capacidad para cuidar y mantener la intimidad y el compromiso del vínculo que caracterizan a una relación de pareja prototípica”, prosigue.
Por desgracia, y especialmente en los casos más resonados mediáticamente, es fácil perder de vista esta constelación de factores. A menudo, las personas nos lanzamos a colgar sambenitos a una u otra parte de la pareja, azuzados por la explotación de la historia en las tertulias del corazón o en hilos de Twitter. Such, no obstante, advierte contra esto: “No se puede, ni se deben sacar conclusiones rotundas sobre una persona inferidas de una conducta que podría ser, o no, aislada”.