En los últimos años estamos asistiendo a un incremento exponencial de diferentes tipos de intervenciones psicológicas encaminadas a tratar de optimizar la calidad de vida de nuestros pacientes. Sin embargo, y de manera más habitual de lo deseable, comenzamos también a presenciar una proliferación de “tratamientos” de dudosa entidad científica, basados en supuestos que se alejan del conocimiento actual acerca de las diferentes alteraciones psicopatológicas y del procesamiento de la información emocional y que podrían incluso aumentar la probabilidad de provocar efectos iatrogénicos.
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