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  • Describir los eventos que percibimos como “internos”, la relación de estos con el entorno, medirlos, explicarlos y extrapolarlos es difícil, sí. No imposible, ni mucho menos; los campos de lo social y lo socio-sanitario, y particularmente la psicología, llevan siglos esforzándose por abordar de forma empírica esta faceta de la vida.
Por eso, los modelos para explicar “lo que nos pasa”, y por qué podemos empezar a vivir ciertas experiencias (algunas de ellas, como las que se abordan en salud mental), son complejos, cada vez más, y buscan relacionar e integrar todas aquellas variables y niveles de funcionamiento que participan en nuestra interacción con el entorno. No son pocas, te lo aseguro.

Y eso es lo que el psicólogo evalúa contigo a la hora de definir el problema que te trae a consulta y de abordar su tratamiento. ¿Y dónde queda el “nombre” de lo que me sucede? Esos nombres quedan recogidos, oficialmente, en dos documentos clasificatorios: el DSM y la CIE, en sus versiones actualizadas. Dos documentos que, como cualquier Vademecum, tienen el fin de servir a los profesionales como guía de los síntomas estadísticamente más recurrentes (ojo) en distintas enfermedades y problemas: esos problemas que llamamos “trastornos”.

Las guías y clasificaciones son accesibles: si no, no serían guías. Pero hay que saber leerlas, igual que los mapas. Por eso se insiste tanto en que tu diagnóstico no eres tú. No porque sea un bonito eslogan; sino porque la etiqueta diagnóstica nombra, pero no explica. Recoge elementos comunes en procesos personales.

Por ello, no es conveniente limitar la complejidad de cualquier persona a una etiqueta diagnóstica. Porque es limitar los posibles espacios desde donde puede enriquecer el mundo y relacionarse con la vida.

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  • ¿Es una copa, o son dos caras? ¿Son personas hechas de frutas? ¿Has buscado alguna vez caras en las vetas de la madera, o figuras en el gotelé? Bienvenido a una experiencia medio consciente de tus heurísticos. Heurístico, o la capacidad de nuestro maravilloso cerebro de completar la información que no está clara, que “no se sabe muy bien qué es”, para darle un significado con mayor sentido.

Y en esta habilidad para rellenar huecos y omisiones es donde nacen los sesgos. ¿La diferencia? No demasiada: hablamos de “estar sesgado” cuando sabemos que una persona se encuentra predispuesta a interpretar y manejar esa información de una manera concreta, con un estilo que prevalece por encima de otros posibles.

La forma que toman los sesgos tiene que ver con varios aspectos del procesamiento cerebral de la información: influyen las emociones del momento, los aprendizajes previos de situaciones similares, nuestro sistema de creencias y valores o las características de la situación que más nos llaman la atención, entre otros. Y, por supuesto, nuestros sesgos cobrarán más relevancia cuanto más confusa, o incompleta, se nos presente la información: porque todo hueco de información, nuestro cerebro tratará de rellenarlo con conocimientos de “cosecha propia”.

Por este motivo, es fundamental contrastar esas impresiones que no nos cuadran, no entendemos o nos generan emociones intensas de ira, enfado o tristeza, por ejemplo. Porque, ante la duda, ya se cuidará nuestro cerebro de devolvernos una respuesta; una respuesta acertada… o no 😉.

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  • De la importancia de crear hábitos y rutinas puede que se hable hasta la saciedad. Quizás nunca se le ha preguntado a un padre o una madre si le resulta interesante o aburrida la cuestión, pero está claro que los profesionales que trabajamos con niños y adolescentes mencionamos la necesidad de rutinas como si fuese el Primer Mandamiento de la crianza.

La cuestión es que no es una regla no escrita, aunque lo parezca; de hecho, es frecuente encontrar a padres sobrepasados, a veces sintiéndose culpables, en cuanto al manejo del orden de los acontecimientos de la vida cotidiana. ¿Acaso es obligatorio generar rutinas?
Todo empieza por explicar, no sólo recomendar, el concepto de rutina. Todos asociamos rutina con “repetición”. En ocasiones, incluso monotonía. En realidad, una rutina es la concatenación de una serie de situaciones que se desarrollan de forma similar. Que estas situaciones se sucedan en el mismo orden, y de forma parecida, en una gran mayoría de ocasiones, es fundamental para nuestro cerebro, y especialmente para el desarrollo del cerebro infantil. ¿Por qué? Porque las rutinas son el mejor sustituto de la incertidumbre. Gracias a las rutinas, el cerebro ahorra energía (y estrés) en tratar de averiguar “qué tengo que hacer ahora y cómo tengo que hacerlo”, lo que le permite centrarse en cosas más interesantes. Por supuesto, también favorece la sensación de seguridad en el niño y una mejor regulación emocional: porque pocas cosas hay que den más miedo que no saber qué va a suceder después. Las rutinas, hasta las más sutiles, nos aportan estabilidad.

Así que no: tener rutinas no es una cuestión de “obligación”. Es, más bien, una cuestión de necesidad. Y de supervivencia 😉.

#psicología #psicólogosretiro #saludmental #crianza
  • Queremos dejar esta imagen por aquí como recuerdo de un día maravilloso que pasamos juntos en la Feria del Libro de Madrid con motivo de la firma de libros de “Ansiedad. Entenderla y manejarla”. 

Sin duda, es una gran fortuna teneros 🧡. 

#psicología #saludmental #ansiedad #feriadellibromadrid #psicólogosretiro #equipo
  • Se produce algo muy especial cuando compartes un pedacito de conocimiento y experiencia con los demás. 

Hoy, finalizamos las prácticas del Máster en Psicología General Sanitaria del @cucc_educacion en @cuarzopsicologia. Ha sido un placer y una satisfacción enorme pasar este tiempo con vosotros. De nuevo gracias por elegirnos. 

Deseamos que este sea sólo el inicio de un fantástico desarrollo profesional. 

Aquí siempre tendréis vuestra casa 🧡. Nos vemos por el camino. 

#psicología #psicólogosretiro #saludmental #prácticas
  • ¿Cómo sabes que una casa es una casa? ¿Y que estás en una provincia, y no en otra? ¿Por qué no entras, tan campante, en el jardín de tu vecino? ¿En qué momento crees que nos dimos cuenta de que no podíamos desplazarnos por el aire, o bucear hasta las profundidades de los océanos, sin ayuda?

Todas estas preguntas tienen un elemento en común a la hora de responderlas: porque hay límites. Puede que te resulte paradójico, entonces, darte cuenta de lo presentes que están los límites en nuestra vida, y de lo mucho que nos cuesta a veces utilizarlos. Porque sí: trabajar en la habilidad para poner límites es una demanda frecuente en terapia. Mejorar en la capacidad para respetarlos también es un objetivo habitual, aunque no necesariamente tan solicitado 😉.

Y es que lo que inicialmente se plantea como una distinción entre “tú” y “yo”, se convierte en un regulador imprescindible en las relaciones humanas. Por supuesto, no todos los límites (y la forma de plantearlos) tienen que parecernos proporcionados, útiles o flexibles. Pero unos límites saludables favorecen relaciones interpersonales seguras, donde puedan florecer la intimidad y la confianza. 

Al igual que las paredes de esa casa, conocer los límites de las personas que tratamos y de los entornos en que nos movemos proporciona a nuestro cerebro una imagen más clara y, seguramente, más acertada de la situación en que nos encontramos, y de cómo manejarnos en ella. De la misma forma, dar a conocer nuestros límites no es sino proporcionar información relevante sobre nosotros mismos: cómo queremos ser tratados, hasta dónde podemos o queremos llegar, qué rol vamos a desempeñar en esa interacción, etc.

Y tú, ¿compartes esa información con otros? Y los demás, ¿crees que la comparten contigo?

#psicología #psicólogosretiro #saludmental #límites
  • Es poco probable que no conozcas “El cuento de la lechera”, donde su protagonista, a partir de un cántaro de leche, espera y cree que podrá cambiar toda su vida. Por supuesto, cuando el cántaro se rompe, el disgusto es morrocotudo, y todos identificamos bien por qué: no sólo por la pérdida del bien presente sino, sobre todo, por la pérdida de todo lo deseado y que ya no podrá ser. Qué curioso que una pérdida intangible sea capaz de despertar tanta tristeza y malestar, ¿no?

Pues algo parecido ocurre con las #expectativas. Sobre el qué esperar de la vida y cómo se viene debatiendo desde los tiempos de antes de Cristo, y en distintas culturas, no sólo la occidental. Hay para todo: desde la espera como sinónimo de confianza en el futuro, como la espera descrita como la actitud de vivir en lo que vendrá en lugar del presente. Es nuestra capacidad de anticiparnos a los hechos, de tratar de predecir para acertar con la respuesta, la que también nos permite desear, soñar, planificar… y esperar.

Por eso los psicólogos hablamos tanto de saber ajustar las expectativas. Porque desear (o querer), poder y tener no son lo mismo; aunque, sorprendentemente, confundamos estos verbos con relativa frecuencia. Querer no es, necesariamente, poder. O tener. Unas expectativas mal ajustadas, sostenidas por creencias como “la vida es justa”, “el mundo me devolverá lo que doy”, “si me lo propongo, lo conseguiré”, “los demás van a estar en la medida en que yo esté”, etc., por ejemplo, supondrán unas predicciones bastante distorsionadas en cuanto al comportamiento de los demás y al cómo debo desenvolverme yo según en qué situaciones. Estas distorsiones impactarán en nuestras emociones, claro; especialmente, cuando la expectativa no se cumpla.

Por eso es importante revisar y trabajar en nuestras expectativas: porque una expectativa ajustada, es un buen arco desde el que conseguir un tiro certero.

#psicología #psicólogosretiro #saludmental #expectativa